viernes, 8 de junio de 2012

Incomparable es:

Veo las sombras de una triste planta frente a mi ventana.
Veo como su silueta se mueve entre las piedras y pasto seco... lo veo y pienso en el pasado.

Cuando nada tenía mayor relevancia, cuando lo importante era que llegara la noche para poder salir a bailar y echar unos tragos coquetos.

Veo fotos de días pasados y me llena de orgullo pensar que ya no vivo en ese momento, pero que sin duda fueron momento inolvidables y llenos de sentimientos que remueven a veces lágrimas de cocodrilo y a veces sonrisas de un día completo.

Escucho discos de hace más de 5 años y no puedo creer que haya comprado ese disco de ese cantante sólo por una canción que me doy cuenta que me se de memoria y que al pie de la letra grito cada una de las palabras que tenían un significado específico para tí.

Recuerdo las peleas tontas entre amigas, las cartas de amor entre clases y los peluches en discordia.

También había cartas que no eran de amor sino más bien parecían declaraciones de guerra en contra de todos incluso de mi misma. Con una bufanda me ahorque, con un tampón de mi mamá jugué y con un perchero canté... ponía mi disco a todo volumen cuando estaba sola (por que yo creía que siempre estaba sola) y me ponía a gritar las canciones más infantiles que existían.

Me vestí de Tatiana en mi cumpleaños y después me quité el vestido de la primera comunión para usar unas mallitas ajustadas. Me puse un jumper de mi mamá y lo rompí por gorda. Un niño me robó mi primer beso detrás de la resbaladilla, a escondidas, por que a mi amiga le gustaba él.

Sólo había hombres y mujeres, perros y gatos, felicidad y tristeza, escuela y nintendo, despierta y dormida. No había ningun otro sentimiento, animal, estado de ánimo, estado físico, insomnio o cualquier otra cosa diferente a mi.

Yo era especial, todos me consentían y era la pequeña, mi abuela me daba dinero a escondidas, me regalaba tacitas para tomar el té y me daba un beso cuando le llevabamos pollo Kentucky, mi papá olía a cigarro y a loción de madera debajo de su saco color café. Mis hermanas buscaban hasta debajo de las piedras para hacerme regalos y decirme que yo era lo mejor que les había pasado en el mundo. Mi mamá me arropaba al dormir y me consolaba cada vez que tenía una pesadilla.

Ya crecí, ya no soy esa niña chiqueada a la que todos consienten, ahora soy yo quien tiene que cuidar a mi papi que no puede moverse de la cama sin ayuda. Soy yo quien tiene que consolar a mi mamá cuando está asustada, yo cuido de mi, por que se que soy independiente.

Pasé a una etapa donde por trabajar soy diferente a mis amigos que los siguen manteniendo sus papás o que creen que todo lo que pensaban en la escuela seguirá siendo igual de claro cuando salgan al mundo donde la gente no va a la escuela.

Es otro mundo, donde todos sonríen felices a quienes se encuentran a su derecha o izquierda; pero sólo por compromiso. Por que en realidad ellos también recuerdan con nostalgia los días pasados, son el motor a seguir adelante, a pensar que seremos más felices que cuando fuimos niños.

Sin embargo no podemos ser más felices que cuando eramos pequeños inocentes, por que ahora la felicidad consiste en salir el viernes temprano del trabajo, esperar el fin de semana para no salir de la cama y permanecer en pijama todo el día. La felicidad consiste en que tu mamá te sorprenda con comida casera cuando la visitas, cuando llegas a casa y te recibe tu perrito. Eres feliz cada quincena, pero al otro día sufres por que ya no hay más dinero.

La felicidad no se compara, por que no se puede compar. Ahora entiendo el sentido de incomparable.

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